Ubico este artículo dentro de lo que denomino Feng Shui Interno, concebido como la serie de actividades y prácticas dirigidas a armonizar y equilibrar nuestro ser interior con el propósito de proyectarlo a lo externo. Ese debería ser el paso previo, o por lo menos paralelo, a la armonización del entorno que hacemos con lo que se conoce como Feng Shui.
En este texto vamos a referirnos al equilibrio interno que se alcanza a través de la elevación del campo vibratorio.
Todos conocemos el término “nivel de vibración” , relacionado mayormente con las percepciones que tenemos de las emanaciones de individuos, sitios y a veces hasta de animales, dependiendo de los estados psíquico-emocionales predominantes.
Incluso, quienes no se consideran cercanos a temas holísticos, espirituales y esotéricos manejan el concepto. Es común hablar de que una persona, un sitio o un ambiente tienen determinada vibración. “Mala o buena vibra”, tendemos a decir, expresión que se relaciona con la Ley de Vibración, cuyo axioma señala que “nada está inmóvil, todo se mueve, todo vibra”.
En consecuencia, cada persona tiene una frecuencia vibratoria, vinculada con las emociones y pensamientos que mantiene por más tiempo en sus cuerpos emocionales y mentales , los cuales determinan la mayoría de nuestros hábitos, costumbres y en general nuestra conducta.
De ahí que las emociones y pensamientos negativos (rabia, odio, rencor, tristeza) se asocien a una baja vibración (mayor densidad); mientras emociones y pensamientos positivos (amor, alegría, optimismo, paz) se asocian a una elevada vibración (mayor sutileza).
Eso hace evidente la necesidad de un adecuado manejo de nuestros campos astral y mental, a fin de elevar el nivel de vibración. Ya sabemos que eso es posible a través de las actividades que sumergen en un estado tranquilo, calmo, de gran armonía.
Muchos buscan elevar su vibración asistiendo a retiros espirituales, así como cursos y talleres. Pero luego no pueden sostener ese mismo nivel cuando regresan a sus casas.
La dificultad se presenta al tratar de sostener ese estado de alta vibración en la vida diaria, de forma permanente.
De alguna u otra manera se quiere mejorar la calidad de vida, superar problemas, lograr los deseos, ser mejor persona, ayudar a otros, y/o alcanzar un nivel como el que se percibe en maestros de distintas creencias, filosofías y religiones, quienes tradicionalmente viven en monasterios o ashram, retirados de la vida mundana.
Conozco personas que han ido a La India, al Tibet y a muchos lugares del mundo en busca elevar su vibración, alejarse de la vida cotidiana y llegar a un estado de calma interna. La experiencia es valiosa.
No obstante, una vez regresan a su casa, más tarde o más temprano, los viejos patrones de pensamientos y conductas negativos vuelven.
¿Y eso por qué? La vida estresante de las ciudades juega un rol importante en ello, aunque otros factores son dignos de atención -y podemos considerarlos clave-, entre ellos lo que vamos a denominar aquí como la falta de entrenamiento espiritual.
Entrenamiento espiritual
Leyendo materiales acerca de este tema, topé con una página que relaciona la vida espiritual con la práctica deportiva (deporte y meditación), donde hallé analogías interesantes.
De ahí la frase “entrenamiento espiritual”, que significa el uso continuo de las innumerables herramientas disponibles hoy día para enriquecer nuestra vida espiritual: meditación, oración, mandalas y ejercicios de respiración, de relajación y de circulación energética, incluyendo el apoyo a través de terapias, entre otros.
Pues bien, en el ámbito deportivo se sabe que mantener el cuerpo en forma y superarse como atleta requiere un entrenamiento. Si el deportista no hace ejercicios físicos, al tiempo de cuidar su alimentación, el cuerpo va perdiendo tonicidad y con ello la capacidad de ejecutar las hazañas que la disciplina deportiva exige.
Obviamente el atleta pierde práctica a la par de opciones de ganar en cualquier competencia. Sin duda todas las actividades para entrenar al cuerpo requieren de un tiempo de dedicación diario.
Igual pasa con el mundo espiritual, si no se dedica un tiempo diario para los ejercicios, se pierde la capacidad de mantener una frecuencia vibracional elevada. En este caso las consecuencias de la falta de entrenamiento son más sutiles, y lo que ocurre se asemeja a una batería que se va descargando con el uso: si no la reconectamos a un cargador, llegará un momento en que no funcionará más.
El entrenamiento espiritual es la acción de reconectar constantemente la batería a una fuente superior a fin de recargarla. Si periódicamente entrenamos, la carga espiritual permitirá a los cuerpos etérico, emocional y mental reaccionar de la mejor manera posible ante las situaciones estresantes y la vibración densa del entorno.
A nivel interno, a medida que se sigue el entrenamiento, los pensamientos y sentimientos positivos que se introducen al sistema energético ayudan a mantenernos en los campos de vibración más elevados (aunque seguimos viviendo en el físico), hasta que llega el momento en que sustituyen gran parte de las pautas negativas que se mantenían previamente (se transmutan o sutilizan).
Esto explica porqué después de un retiro, curso, taller o viaje volvemos emocionados, optimistas, confiados y entusiastas en enfrentar nuevamente nuestra rutina diaria: ¡regresamos con la batería cargada!
Pero si no entrenamos constantemente usando las herramientas y ejercicios, la batería con el tiempo se va descargando, quedando en este caso en funcionamiento automático, conectada solo al campo vibracional en que nos movemos casi por inercia (mental, emocional y físico). ¿Resultados? Bajamos el nivel vibratorio y volvemos a nuestros viejos patrones de conducta.
¿Y cómo hacemos si no soporto a mi jefe o al compañero de trabajo, si mi mamá me molesta, si el tráfico me irrita, si en el metro me empujaron, si el vecino me gritó, y pare usted de contar?…¿Será posible con el entrenamiento reaccionar con mayor tranquilidad ante tantas perturbaciones?
La respuesta es sí. Con el entrenamiento eso es posible -paulatinamente-.
Y aunque habrá circunstancias que serán todo un reto y también muchas caídas y golpes, así como el atleta entrenado es capaz con el tiempo de realizar proezas que son imposibles para alguien no entrenado, el humano entrenado espiritualmente es capaz de actuar de forma diferente y hasta sorprendente para la mayoría de la gente, cuyas reacciones provienen casi siempre del inconsciente colectivo.
No se trata de actuar como un hippie excéntrico, ni de dejarse humillar por otros. Tampoco de aislarse totalmente del mundo, ni de esconder la cabeza como el avestruz, ni mucho de menos acumular en el cuerpo las energías densas.
Se trata de ser capaz de ir a los campos vibratorios elevados ( ahí está la fuente que carga las baterías), extraer energía sutil y con ello cargar la batería de los cuerpos mental, emocional, etérico y hasta del físico.
Solo así es posible sostener a lo interno un estado vibratorio alto, que irradiará a lo externo, logrando atraer personas en la misma frecuencia, llevar a otros a ese mismo nivel y alejar a quienes desean permanecer en vibración densa.
Concluyo con un extracto de Deporte y meditación, que reitera el valor del entrenamiento:
«Tanto el correr externo como el correr interno son importantes. Un maratón son cuarenta y dos kilómetros. Digamos que nuestra meta última es llegar a correr cuarenta y dos kilómetros. Cuando empezamos a correr por primera vez, no podemos hacer esa distancia. Pero practicando cada día desarrollamos más aguante, velocidad y perseverancia. Gradualmente trascendemos nuestra limitada capacidad, y finalmente alcanzamos nuestro objetivo. En la vida interna, la oración y la meditación es nuestro correr interno. Si rezamos y meditamos cada día, aumentamos nuestra capacidad interna.»
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